Mantener
la calma era parte de lo que había aprendido y enseñaba.
Sabía que en
cualquier lugar el enemigo estaba presente era muy sabio olvidar eso.
De repente, sintió la
presencia fría de uno de sus
enemigos muy cerca .
Confiar en su instinto lo había salvado una vez más;
por tanto, se detuvo y dejó que
avanzara unos metros. El
tipo estaba desprevenido porque a diferencia de él, ni siquiera se
había dado cuenta de que no estaba solo. En ese
momento, tan veloz como cae
un rayo en la tierra, su
espada cortó el aire y dio el golpe mortal. “Ni
siquiera sintió su muerte”, pensó.
No
había tiempo que perder, debía de regresar a la ciudad.
Sus peores temores se habían hecho realidad, era solo cuestión de
tiempo para que los atacaran,
y ya no podrían salir como
había planeado.
—¿Es
realmente necesario que os vayáis? —preguntó
Delko, con un gesto de
preocupación y angustia en su rostro.
—Ya
te lo he dicho. —su tono mostraba una molestia evidente —.
Empiezo a sospechar que no me crees. Si es así,
me voy con el resto de los chicos y dejo a tus hijas aquí contigo.
Sus
palabras eran muy cortantes;
sin embargo, deseaba que su
amigo entendiera y dejara
ir en este viaje a Zisene y a Zatir. Era realmente importante que eso
pasara.
—Debemos
hacer que estos chicos encuentren a los dragones —continuó
—; si
no lo hacemos,
perderemos una oportunidad,
y tú lo sabes.
Ambos
hombres estaban de pie en medio de una sala pequeña, con una
chimenea que calentaba el lugar, era el final del otoño y el frío
ya se podía sentir con toda su intensidad por las noches.
—No
es que no crea en tus palabras, lo que pasa es que me asusta dejarlas
ir hacia lo desconocido —. en sus palabras había mucha angustia y
tristeza. Eran
sus niñas, y ahora se iban a ir hacia un viaje que ya ellos habían
hecho sin
resultados positivos y, más bien, un buen desastre a cuestas.
—Sé
lo que piensas, pero esta vez será muy diferente, estoy seguro de
que los chicos van a encontrarlos.
—¿Y
que diferencia existe entre ellos y nosotros? —
preguntó Delko.
—Que
en esta ocasión me tienen a mí para guiarlos. —respondió
—Extremadamente
arrogante, como de costumbre. —la voz de Jo, esposa de Delko se
dejo oír desde la cocina —. Pero
ese eres tú,
sin duda alguna. —y soltó una sonora carcajada. Se dibujó
una leve sonrisa en el rostro serio de aquel tipo que hoy venía
a su casa a llevarse a sus hijas. —Entonces,
¿las cosas deben ser así?
—Me
temo que sí, Jo —respondió —. Estoy seguro que la ciudad va a ser atacada antes de que empiece
el invierno, para
que el sitio de la ciudad debilite la moral y nuestras reservas de
alimento se agoten, es probable que para la primavera muchas cosas
hayan cambiado aquí.
—Entonces
no tenemos más que hablar. —dijo
—Pero,
¿que hay de las niñas? —preguntó
—Ya
crecieron, tú lo sabes.
Además, estarán mejor
fuera de la ciudad en campo abierto, si es como este loco dice, vamos a
tener que unirnos a la batalla. —le contestó
El
ambiente se relajó un poco cuando en la
conversación hubo una pausa y se dispusieron a tomar el té. Jo
cocinaba de una manera exquisita y aquel pan con la bebida caliente
estaban deliciosos y por un momento olvidaron sus preocupaciones. De
repente, apareció Jo con
dos figuras vestidas con sendos abrigos negros con capucha.
Eran
Zisene y Zatir. Tenían 14 y
13 años respectivamente;
a su corta edad, eran excelentes guerreras y hechiceras con
gran habilidad.
—¿Listas?
—preguntó
—¡Sí!
—gritaron las
dos en coro. Estaban muy emocionadas.
—Bien,
pues es hora de partir. —dijo
Delko
lo tomó de un brazo y lo llevó
a otro lado de la habitación,
cerca de una de las ventanas. Miró
hacia las murallas de la ciudad y dijo:
—Krist,
debes prometerme...
—No
voy a prometer nada —lo interrumpió.
—Pero
tú sabes lo que pasó cuando
nosotros...
—Sé
lo que pasó, pero pasara lo que tenga
que pasar. No voy a prometer nada que no pueda cumplir, entiendo que
estés triste, pero las cosas así son.
Ambos
sabían que este viaje era incierto en muchas cosas, pero igual
entendían lo importante que era hacerlo. Delko bajó
la voz y dijo:
—¿Ellos
saben de la señal?
—Ni
idea, yo espero que sólo yo la haya
visto, pero lo dudo. En todo caso,
es necesario empezar ya, no tenemos tiempo que perder.
—¿Sabes
por dónde empezar?
Krist
medito un momento y respondió:
—Realmente
no tengo idea. Tengo unos indicios y unas pistas, pero tú más que
nadie sabes que, cuando
nosotros hicimos la búsqueda, con suerte y regresamos.
Los mapas y demás pistas las perdimos en el camino y nada quedó
de las profecías originales.
—Bien,
Krist, es hora;
ya oscureció y las calles están limpias —dijo Jo .
—Bien,
es hora de irnos. Despídanse
chicas será un viaje largo.
Los
abrazos y los te quiero fueron la tónica, los padres no querían
dejar ir a sus hijas, pero en las chicas se veían muchos deseos de
emprender la aventura. Ya las calles de piedra estaban vacías y la
ciudad amurallada parecía muy quieta, debían partir ya.
Mientras
caminaban por las
calles vacías de la ciudad, Krist decía unas palabras entre dientes. Era un hechizo
para borrar sus huellas y su presencia en
aquel lugar. Necesitaba ocultar lo que hacían,
porque nadie debía saber de su misión ni quienes iban con él.
Después de varias calles, de dar varias vueltas y regresar sobres
sus pasos, llegaron un edificio abandonado cerca de las murallas de
la ciudad.
Esas
murallas eran ancestrales, altas e imponentes.
Habían resistido toda clase de ataques durante muchos años, eran
prácticamente impenetrables, hechas con roca sólida
y habían sido una de las mejores defensas de la ciudad. Antes de
entrar, una
última mirada a la calle para asegurarse de que nadie los
viera y, cuando estuvo seguro de que nadie, los había seguido
entraron a
la casa.
Estaba
en ruinas, hacía muchos años que no la había habitado; en cierto
modo, era un poco intimidante y daba algo de escalofríos.
Las chicas se acercaron a su maestro y,
de repente, se detuvieron
súbitamente.
—Aihen,
eres buena con el arco, pero haces demasiado ruido. Te escuché desde
que salí de la casa de Zisene hace como 45 minutos.
Siguieron
juntos
y llegaron a una habitación que habían preparado
previamente, unas cuantas sabanas estaban el suelo y, de repente, el
resto de la expedición apareció: Aderik,
Keios y Dante. Estaban preparando unas bebidas y algo ligero
para comer, hacía mucho frío
y el calor de la chimenea no era
suficiente
para mantener el calor.
—Beba
esto, maestro, para que entre en calor.
También,
le dieron de beber a las chicas y se sentaron cerca de la chimenea.
Por unos momentos,
nadie pronunció palabras. Quietos, así
como estaban, parecían estatuas labradas ahí en ese lugar. Cada uno
estaba inmerso en sus pensamientos, como si de alguna manera hubiesen
abandonado sus cuerpos. Las dudas que inundaban la cabeza de los 3
chicos y de las 3 chicas hacían que el ambiente se sintiera tenso.
Aderik
pronto salió de sus pensamientos y pregunto:
—Maestro,
¿de verdad usted tiene idea de lo que hacemos y hacia dónde vamos?
Ante
aquella pregunta, Krist se quedó
pensando aún más para responder. Sí
sabía lo que quería y tenía conocimiento de lo que buscaba, pero
el “cómo llegar” y, sobre todo, el “dónde
empezar”, era el asunto para el cual no tenía repuesta. El siempre
se había jactado de su capacidad para hacer planes exitosos, de
alguna extraña manera se las había arreglado para lograr siempre
su cometido y sobre todo siempre tenía un plan para cuando las cosas
se ponían mal. Sus compañeros de lucha pensaban que tenía
un sexto sentido o que podía de algún modo ver el futuro y predecir
acontecimientos, pero esta vez, “esta única vez”, cuando quizás
se presentaba la misión más grande que nunca le hubiesen concedido.
Era la misión que podía cambiar el curso de ese conflicto
milenario. Esta vez no tenía un plan; por el contrario, lo que más
tenía eran dudas en su mente y temor,
temor de fracasar.
—Sí,
Aderik, sí sé
hacia dónde vamos y, además, tengo un plan. —contestó
con
seguridad con fingida seguridad, con solenmidad.
Y
así, con esas palabras, el silencio se rompió y parecía que los
chicos estaban un poco más animados; por
lo que, decidieron conversar y relajarse un poco.
Empezaron
a reír y a contar como sus padres los habían dejado venir a esta
loca aventura. Se notaban muy curiosos acerca de lo que les esperaba,
los lugares que pudiesen conocer y de las cosas que iban a encontrar.
Los
dragones, esas bestias imponentes y maravillosas que solo conocían
en cuentos, y que en ese momento ellos iban a empezar a buscar...
parecía demasiado irreal. Sin
embargo, aquello era demasiado cercano, todavía recordaban cuando
Krist les habló de la posibilidad de que ellos eran los que, guiados
adecuadamente, iban a encontrar los dragones de los que tantas veces
había escuchados en historias y cuentos de sus padres y abuelos.
Ellos
confiaban en su maestro, a pesar de que este
no era muy popular entre los demás maestros; por
su éxito como guerrero, era extremadamente sospechosa su repentina y
misteriosa renuncia a su rango militar para dedicarse a enseñar. Aun
era joven para retirarse como soldado y ser maestro.
Él
nunca habló de su renuncia,
y ellos nunca le preguntaron;
pero aún así, era muy extraño que un
militar como él, capitán y con un historial de victorias tan
grande, simplemente se retirara. Tenía una habilidad muy grande con
las armas tradicionales de la tribu (espada, arco y flecha, lanza),
como hechicero no había igual, así que en pocas palabras, estaba
muy preparado para seguir unos años mas luchando.
Pero
él era su maestro y así estaba bien,
a
pesar de las dudas estaban seguros que,
de una manera u otra, iban a
lograr su cometido.
—Bien,
chicos, repasemos. Vamos a
descansar unas horas, después a preparar todo y destruir todo rastro
de nosotros aquí. Cuando
escuchemos la señal,
salimos en los caballos, atravesando el muro...
—¿Atravesando
el muro? —lo interrumpió Dante,
incrédulo/maravillado/con terror en su voz (?).
—Sí,
atravesando el muro, Dante.
No te preocupes, sé cómo hacerlo.
—¿Y
nos vas a enseñar?
—Mmm...
Por ahora no. Sigamos, no se desconcentren. Llegaremos a las colinas
y, de ahí,
subiremos hasta los picos Nevados del Glaciar.
Sólo nos detendremos en las noches a comer y dormir,
y unos momentos durante el día para
descansar a los caballos.
Las armas deben estar listas para la batalla y,
en cuanto
a los hechizos, no se limiten, utilicen
todo el poder. Esto es serio, muchachos,
5 días de ascenso y,
de seguro, podremos
toparnos con enemigos. Ahora, a dormir;
yo los despertaré dentro de 3 horas.
Cada
uno buscó un lugar donde dormir y,
después de unas cuantas palabras, se quedaron
dormidos. Por su parte, Krist, no se
acostó; solamente tomó
una cobija, la puso encima de él, se sirvió una taza de té y se
puso a contemplar la inmensidad de la noche a través de la ventana.
Sus
pensamientos divagaban entre
la ruta que debían seguir para
encontrar a los dragones.
Además, pensaba si los enemigos se habían adelantado a la tarea y
ya estaban en esa búsqueda. Una de las cosas que
más le molestaban era el recuerdo de su
viaje y consecuente fracaso. Pero sabía
que no podía dejarse llevar por ese sentimiento, que no podía
congelarse y, sobretodo, no debía
de dejar que las cosas se le fueran
de las manos. La oportunidad era ahora, tenía
que ir por
ella. El pasado ya no importaba, sólo
importaba lo que podía hacer hoy. Tomó
un sorbo mas de té, miró por la
ventana y esperaba
la señal.
Habían
pasado más de tres horas y el viento
era lo único que podía escuchar. De repente,
se percató que una
de las figuras que debería estar acostada no estaba ahí.
—Aihen,
deberías estar durmiendo.
—Igual
que usted, maestro;
sin embargo, esta aquí
despierto. ¿Por qué
no puede dormir?
—Por
nada en particular.
—Maestro,
¿puedo hacerle una pregunta?
Krist
la miró con curiosidad y sonrió. De
todos los alumnos que tenía, Aihen era
la que más preguntaba; era insistente
en cuanto a cuestionar todo lo que hacían. Todos los días tenía
unas largas sesiones de preguntas y respuestas, para esta alumna que
se mostraba muy curiosa acerca de muchos
de
los aspectos de la vida que ellos tenían. De hecho esperaba desde
hacia un buen rato las preguntas de ella.
—Por
su puesto Aihen, pregunta lo que quieras.
-Maestro,
cuando encontremos a los dragones, ¿cómo
vamos a saber cuál es el dragón de
cada uno de nosotros?
Pensó
un momento su respuesta, y dijo:
—No
hay una manera correcta o incorrecta de saberlo.
El corazón del dragón deberá escoger a cada uno de ustedes, no
ustedes escoger al dragón. La magia de ellos es milenaria y,
por lo tanto, más
sabia y poderosa que la nuestra. Así que cuando los encontremos,
habrá que esperar lo que ellos decidan.
—¿Todos
los dragones son buenos?
—¿A
qué te refieres con esa pregunta?
—Quiero
decir que si hay dragones buenos y dragones malos.
—Mira,
los dragones escogen al humano que los acompañara en la vida y,
además, serán fieles en las luchas que
enfrenten. Les regalara de su sabiduría y de su poder, pero no van a
decidir por ustedes. Serán ustedes los que con vuestros actos van a
escoger el camino. La vida es del matiz en donde estemos, creemos que
nuestra causa es mejor que la de los demás;
sin embargo, nuestro enemigo cree que su causa es mejor que la
nuestra. Por eso llevamos cientos de
años en esta absurda guerra. Lo peor de todo es que una verdadera
sombra del mal se ha puesto encima de todos nosotros y muchos ni
siquiera se han dado cuenta.
Un
aullido en la lejanía rompió el silencio que los acompañaba, Krist
se levantó y dijo:
—Es
la señal, Aihen. Despierta a los demás, es hora de partir.
Todo
fue muy rápido, los chicos se levantaron, limpiaron todo el lugar en
un santiamén y lo dejaron el lugar tal
cual estaba. Igualmente, limpiaron su
presencia con unos hechizos que Zatir dijo muy rápidamente. Las
capuchas negras que los protegían del frío
también eran hechas de una tela especial que el mismo Krist había
hecho. Se movieron rápidamente
hacia las afueras de la casona.
De
pronto,
un ruido en
las afueras de la casa los hizo detenerse.
Eran dos guardias que buscaban a
alguien, sin duda alguna. Se quedaron
fijamente
viendo a la casa pero,
al parecer, no veían nada
extraño ahí en ese lugar. No obstante,
uno de ellos empezó a recitar un hechizo para tratar de revelar
presencia en esa casa.
Con
una señal de Krist, los
chicos se pusieron de espaldas a las paredes como si fueran estatuas;
después, de
un hechizo todos desaparecieron y una señal de su maestro les indico
que debían estar en
completo silencio. Con eso, los chicos
entendían que, pasara los
que pasara, no debían
moverse.
Los
dos hombres que entraban en la casa abandonada eran dos soldados,
siendo evidente que los buscaban a ellos.
—Aquí
no están. De hecho, pongo
en duda que aún estén en la ciudad.
—Me
parece que estás nervioso. No me vas a
decir que le temes a un maestro y su grupo de aprendices.
—Tú
no conoces a ese maestro en particular —dijo mientras caminaba por
la casa buscando al grupo de Krist —. Él fue un Capitán en
nuestro ejército, yo lo vi luchar y,
créeme, no querrás
enfrentarlo.
—¿Sabes?
Eres un cobarde. Es sólo un maestro. Si de verdad fuera capitán,
estaría luchando con nosotros y no huyendo con unos niños. —y
dejó escapar una risa irónica.
Caminaban
por toda la casa registrando y verificando algún rastro que revelara
presencia
humana en aquella vieja casa, pero todo intento era en vano. Lo que
percibían era que la casa tenía años de
que alguien la hubiese habitado.
Rafa
portaba su espada en la mano, mientras que Nico estaba desarmado.
—Nico,
toma tu espada. Debemos estar listos.
—Tú
no entiendes, Rafa, ¡esto es inútil!
Ya te dije que conozco al Capitán Krist y, enfrentarse a él
sólo sería una pérdida de tiempo. En
todo caso, si estuviera aquí, ya nos
hubiera eliminado, a no ser que estén
ocultos y, así, será imposible
encontrarlos.
Rafa
estaba desconcertado por la actitud de Nico. Por
su parte, este último sabía de las cosas que Krist era capaz
de hacer. Hace unos años, él estaba
con su escuadrón en las montaña Trémulas, acorralados por un grupo
numeroso de enemigos de la Tribu de Roca. Entraron en una cueva que,
para su desgracia, no tenía salida. Estaban perdidos,
lo sabía, pero Krist usó el
mismo hechizo y, de esa forma,
ocultó la presencia
de más de 40 soldados. Los soldados enemigos entraron y estuvieron a
pocos centímetros de cada uno de ellos, pero
no se enteraron de nada. Así que, de
estar en la misma situación ellos no iban a lograr encontrarlos;
por lo tanto, buscarlos en aquella casa era realmente inútil.
—Si
estuvieron aquí, al menos deberíamos sentir su presencia.
—Mira,
Rafa, si están o estuvieron, nunca lo vamos a saber;
así que no voy a perder más el tiempo. Yo me largo de aquí.
Los
soldados se fueron rápidamente dejando la puerta abierta y,
permitiendo que entrara una ráfaga de
viento frío que inundó el salón. Al
instante, como si fueran traídos por el
viento que cruzaba la puerta, fueron haciéndose visibles cada
uno de los chicos y, por último, Krist.
—¡Rápido,
chicos! Hemos perdido mucho tiempo. Salgamos por la puerta de atrás;
ir por el frente es demasiado arriesgado. Ahora que sabemos que nos
andan buscando.
Tan
rápido como pudieron, dejaron la casa y
se encaminaron hacia la muralla que resguardaba la ciudad. Como
era de madrugada, el frío era bastante intenso. Los chicos
caminaban un poco confundidos, ellos creían que se iban a dirigir
hacia las puertas de la ciudad y no directamente hacia la muralla.
Esa
muralla era como 20
metros de roca sólida apilada para impedir cualquier intento de
invasión. Su profundidad era desconocida porque, por más que los
enemigos cavaron, nunca llegaron al fondo para poder pasar. Sin duda,
la magia con la que fue construida aquella gigantesca pared era muy
antigua y poderosa. Su altura era de 30
metros y volar sobre ella era imposible; la
magia lo impedía. La única manera conocida de
pasarla
era escalar la pared,
nada más; sin embargo, en la parte de
arriba habían guardas altamente armados y las posibilidades de pasar
eran pocas.
Así
qué la pregunta era: ¿cómo rayos iban
a llegar al otro lado?
—Maestro,
no quiero ser el negativo del grupo, pero usted nos podría decir,
¡¿cómo se supone que vamos a llegar al otro lado?! —dijo Dante,
exaltado.
—¡Tranquilos!
Lo van a saber a su debido tiempo.
Krist
se quedó escuchando, como si esperara
alguna señal distante. Les pidió a los chicos que se escondieran
detrás de unos arbustos cercanos a la pared. Otro aullido de lobo se
escuchó a lo lejos y esa era la señal
que estaba esperando. Puso su mochila en el suelo, la abrió y sacó
de ella una pequeña pastilla como un jabón, la puso en la orilla
del muro, cerró sus ojos, tomó
una postura de ataque y, por unos momentos, el viento empezó a girar
en torno a él. Aquel espectáculo les
gustaba a los chicos, pero a la vez, les
asustaba. De repente dijo:
—Danza
de cuatro vientos, camino de mar, roca
quebrada, fuego eterno... ¡LAPIDEM APERIT OSTIUM!
Entonces
en la pared se dibujó una puerta bastante grande. Para sorpresa y
fascinación de los chicos, aquella empezó a hundirse en la roca
sólida dejando un pasadizo que podían atravesar y llegar al otro
lado.
Krist
se incorporó y se fijó que nadie, aparte de sus alumnos, hubiesen
visto el pequeño espectáculo de aquella madrugada. Luego, les hizo
una señal a los chicos para moverse, pero inmediatamente les señaló
que se detuvieran. Tomó el arco que
tenía en su mochila —un hermoso arco
blanco que relucía en aquella oscuridad—, de la nada apareció en
su mano un flecha, tensó el arco y
apuntó hacia donde el sabía que algo
se movía.
Un
segundo después apareció un pequeño bulto negro que caminaba
apresuradamente, Krist bajó el arco y
dijo:
—¿Pero
qué...? —ahogó una maldición—.
¿Qué haces aquí, Lia?
—No
quería que me abandonarán, yo también quiero ser parte del viaje.
—Tus
padres fueron muy claros en no querer dejarte ir.
—Sí,
es cierto. —dijo con aire despreocupado —. De hecho siguen
pensando que eres un completo idiota y otras cosas que no puedo
repetir, porque, según mis papas, son malas palabras. Lo que no
entiendo es por qué ellos sí
las dicen.
Al
oír aquellas palabras de Lía, los demás se rieron, hasta el mismo
Krist dibujó una sonrisa en su cara.
Lía
era una niña de 8 años,
muy dispersa y distraída, siempre parecía que estaba ausente en su
propio mundo. Pasaba jugando con sus manos haciendo figuras con sus
dedos. En el pueblo era muy querida;
sin embargo, nadie la tomaba
en cuenta para la escuela porque consideraban que tenía un obstáculo
con su dispersión para el aprendizaje. A pesar de las críticas,
Krist la tomó como alumna, aún y
cuando el tenía un grupo mayor, comparado con
la edad que ella tenía.
Krist
veía en ella un potencial enorme, más grande aún que en los demás
chicos del grupo, y ella así lo había demostrado. Él
quería que ella fuera, pero los padres de Lia se negaron
rotundamente, así que desechó la idea.
—¿Como
sabías que estábamos aquí?
—No
sé, sólo lo sabía. Escuché
el aullido del lobo y salí de la casa...
—¿Cómo
sabías lo del lobo? —preguntó
Krist, sorprendido por la astucia de su alumna.
—¡No
sé! Sólo lo sabía...
—Oigan
chicos, pasen el muro y esperen a que yo vuelva. Voy a dejar a Lía a
su casa.
Cuando
se volvió para tomar el camino hacia la ciudad, un aullido volvió a
cortar la madrugada. Pero este aullido era más cercano, escuchó
y maldijo en sus adentros. Era hora de irse, no podía esperar más y
llevar a Lía a la casa ya no era posible.
—Bueno
—dijo Lía —, eso significa que voy con ustedes —y empezó a
caminar a través del túnel.
—Vamos
todos, rápido, pasen ya.
Cuando
atravesaron el muro Krist le dijo a Lía que cerrará la puerta que
él había abierto, así que Lía se
volvió y de la manera más simple sólo
dijo:
-¡FINITE!
Y la
puerta se sello con piedra de nuevo.
Caminaban
rápidamente; la marcha era muy forzada. Cada uno de los integrantes
del grupo se preguntaba si todo el camino iban a pie porque, de ser
así, sería muy lenta la travesía.
Zisene, que iba adelante de
todos, caminaba muy ligero y tenía una gran gracia para desplazarse.
Parecía como si caminara sobre las puntas de sus pies. Además
de eso era una excelente exploradora, así que ir adelante era
parte de sus deberes. A lo lejos, sus
ojos agudos divisaron algo que la dejó
sin habla. Quedó petrificada al ver
delante de ella un lobo gigantesco.
Lo
que acababa de encontrar era un lobo pardo. Sabía de ellos
pero nunca los había visto, y menos enfrente de ella. Esos lobos
tenían un tamaño inmenso, su altura era como la de un caballo y su
cuerpo impresionaba hasta el mas valiente.
El lobo gruñía ferozmente y mostraba sus dientes a Zisene, quien
a pesar del miedo, tomó el arco y
estaba dispuesta al combate.
—¡Zarco,
viejo amigo! Aún te gusta asustar a las niñas, ¿eh?
Esos malos hábitos te pueden hacer pasar una mala jugada algún día.
—¿Tú
crees, Krist? —dijo el lobo y, al instante,
dejó de parecer aquella criatura
intimidante—. Me impresionaste, muchacha, no diste un paso atrás,
eso es bueno.
—¿La
manada viene contigo?
—Sí,
estamos listos.
Pronto
apareció una manada de lobos pardos, uno para cada uno.
—Bien
muchachos, monten cada uno a un lobo, ellos serán nuestro transporte
por ahora. —les
ordenó Krist.
—¿Dónde
esta mi lobo? —preguntó Lía.
—Aquí
está —le dijo Zarco —. Tú iras en
Luna, que es mi pequeña.
—Bien,
si estamos listos, no perdamos
tiempo. ¡Andando!
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