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El Viaje de los Dragones

Mantener la calma era parte de lo que había aprendido y enseñaba. Sabía que en cualquier lugar el enemigo estaba presente era muy sabio olvidar eso. De repente, sintió la presencia fría de uno de sus enemigos muy cerca . Confiar en su instinto lo había salvado una vez más; por tanto, se detuvo y dejó que avanzara unos metros. El tipo estaba desprevenido porque a diferencia de él, ni siquiera se había dado cuenta de que no estaba solo. En ese momento, tan veloz como cae un rayo en la tierra, su espada cortó el aire y dio el golpe mortal. “Ni siquiera sintió su muerte”, pensó.
No había tiempo que perder, debía de regresar a la ciudad. Sus peores temores se habían hecho realidad, era solo cuestión de tiempo para que los atacaran, y ya no podrían salir como había planeado.
—¿Es realmente necesario que os vayáis? —preguntó Delko, con un gesto de preocupación y angustia en su rostro.
—Ya te lo he dicho. —su tono mostraba una molestia evidente —. Empiezo a sospechar que no me crees. Si es así, me voy con el resto de los chicos y dejo a tus hijas aquí contigo.
Sus palabras eran muy cortantes; sin embargo, deseaba que su amigo entendiera y dejara ir en este viaje a Zisene y a Zatir. Era realmente importante que eso pasara.
—Debemos hacer que estos chicos encuentren a los dragones —continuó —; si no lo hacemos, perderemos una oportunidad, y tú lo sabes.
Ambos hombres estaban de pie en medio de una sala pequeña, con una chimenea que calentaba el lugar, era el final del otoño y el frío ya se podía sentir con toda su intensidad por las noches.
—No es que no crea en tus palabras, lo que pasa es que me asusta dejarlas ir hacia lo desconocido —. en sus palabras había mucha angustia y tristeza. Eran sus niñas, y ahora se iban a ir hacia un viaje que ya ellos habían hecho sin resultados positivos y, más bien, un buen desastre a cuestas.
—Sé lo que piensas, pero esta vez será muy diferente, estoy seguro de que los chicos van a encontrarlos.
—¿Y que diferencia existe entre ellos y nosotros? — preguntó Delko.
—Que en esta ocasión me tienen a mí para guiarlos. —respondió
—Extremadamente arrogante, como de costumbre. —la voz de Jo, esposa de Delko se dejo oír desde la cocina —. Pero ese eres tú, sin duda alguna. —y soltó una sonora carcajada. Se dibujó una leve sonrisa en el rostro serio de aquel tipo que hoy venía a su casa a llevarse a sus hijas. —Entonces, ¿las cosas deben ser así?
—Me temo que sí, Jo —respondió —. Estoy seguro que la ciudad va a ser atacada antes de que empiece el invierno, para que el sitio de la ciudad debilite la moral y nuestras reservas de alimento se agoten, es probable que para la primavera muchas cosas hayan cambiado aquí.
—Entonces no tenemos más que hablar. —dijo
—Pero, ¿que hay de las niñas? —preguntó
—Ya crecieron, tú lo sabes. Además, estarán mejor fuera de la ciudad en campo abierto, si es como este loco dice, vamos a tener que unirnos a la batalla. —le contestó
El ambiente se relajó un poco cuando en la conversación hubo una pausa y se dispusieron a tomar el té. Jo cocinaba de una manera exquisita y aquel pan con la bebida caliente estaban deliciosos y por un momento olvidaron sus preocupaciones. De repente, apareció Jo con dos figuras vestidas con sendos abrigos negros con capucha.
Eran Zisene y Zatir. Tenían 14 y 13 años respectivamente; a su corta edad, eran excelentes guerreras y hechiceras con gran habilidad.
—¿Listas? —preguntó
—¡Sí! —gritaron las dos en coro. Estaban muy emocionadas.
—Bien, pues es hora de partir. —dijo
Delko lo tomó de un brazo y lo llevó a otro lado de la habitación, cerca de una de las ventanas. Miró hacia las murallas de la ciudad y dijo:
Krist, debes prometerme...
—No voy a prometer nada —lo interrumpió.
—Pero tú sabes lo que pasó cuando nosotros...
—Sé lo que pasó, pero pasara lo que tenga que pasar. No voy a prometer nada que no pueda cumplir, entiendo que estés triste, pero las cosas así son.
Ambos sabían que este viaje era incierto en muchas cosas, pero igual entendían lo importante que era hacerlo. Delko bajó la voz y dijo:
—¿Ellos saben de la señal?
—Ni idea, yo espero que sólo yo la haya visto, pero lo dudo. En todo caso, es necesario empezar ya, no tenemos tiempo que perder.
—¿Sabes por dónde empezar?
Krist medito un momento y respondió:
—Realmente no tengo idea. Tengo unos indicios y unas pistas, pero tú más que nadie sabes que, cuando nosotros hicimos la búsqueda, con suerte y regresamos. Los mapas y demás pistas las perdimos en el camino y nada quedó de las profecías originales.
—Bien, Krist, es hora; ya oscureció y las calles están limpias —dijo Jo .
—Bien, es hora de irnos. Despídanse chicas será un viaje largo.
Los abrazos y los te quiero fueron la tónica, los padres no querían dejar ir a sus hijas, pero en las chicas se veían muchos deseos de emprender la aventura. Ya las calles de piedra estaban vacías y la ciudad amurallada parecía muy quieta, debían partir ya.
Mientras caminaban por las calles vacías de la ciudad, Krist decía unas palabras entre dientes. Era un hechizo para borrar sus huellas y su presencia en aquel lugar. Necesitaba ocultar lo que hacían, porque nadie debía saber de su misión ni quienes iban con él. Después de varias calles, de dar varias vueltas y regresar sobres sus pasos, llegaron un edificio abandonado cerca de las murallas de la ciudad.
Esas murallas eran ancestrales, altas e imponentes. Habían resistido toda clase de ataques durante muchos años, eran prácticamente impenetrables, hechas con roca sólida y habían sido una de las mejores defensas de la ciudad. Antes de entrar, una última mirada a la calle para asegurarse de que nadie los viera y, cuando estuvo seguro de que nadie, los había seguido entraron a la casa.
Estaba en ruinas, hacía muchos años que no la había habitado; en cierto modo, era un poco intimidante y daba algo de escalofríos. Las chicas se acercaron a su maestro y, de repente, se detuvieron súbitamente.
—Aihen, eres buena con el arco, pero haces demasiado ruido. Te escuché desde que salí de la casa de Zisene hace como 45 minutos.
Siguieron juntos y llegaron a una habitación que habían preparado previamente, unas cuantas sabanas estaban el suelo y, de repente, el resto de la expedición apareció: Aderik, Keios y Dante. Estaban preparando unas bebidas y algo ligero para comer, hacía mucho frío y el calor de la chimenea no era
suficiente para mantener el calor.
Beba esto, maestro, para que entre en calor.
También, le dieron de beber a las chicas y se sentaron cerca de la chimenea. Por unos momentos, nadie pronunció palabras. Quietos, así como estaban, parecían estatuas labradas ahí en ese lugar. Cada uno estaba inmerso en sus pensamientos, como si de alguna manera hubiesen abandonado sus cuerpos. Las dudas que inundaban la cabeza de los 3 chicos y de las 3 chicas hacían que el ambiente se sintiera tenso.
Aderik pronto salió de sus pensamientos y pregunto:
—Maestro, ¿de verdad usted tiene idea de lo que hacemos y hacia dónde vamos?
Ante aquella pregunta, Krist se quedó pensando aún más para responder. Sí sabía lo que quería y tenía conocimiento de lo que buscaba, pero el “cómo llegar” y, sobre todo, el “dónde empezar”, era el asunto para el cual no tenía repuesta. El siempre se había jactado de su capacidad para hacer planes exitosos, de alguna extraña manera se las había arreglado para lograr siempre su cometido y sobre todo siempre tenía un plan para cuando las cosas se ponían mal. Sus compañeros de lucha pensaban que tenía un sexto sentido o que podía de algún modo ver el futuro y predecir acontecimientos, pero esta vez, “esta única vez”, cuando quizás se presentaba la misión más grande que nunca le hubiesen concedido. Era la misión que podía cambiar el curso de ese conflicto milenario. Esta vez no tenía un plan; por el contrario, lo que más tenía eran dudas en su mente y temor, temor de fracasar.
—Sí, Aderik, sí sé hacia dónde vamos y, además, tengo un plan. —contestó con seguridad con fingida seguridad, con solenmidad.
Y así, con esas palabras, el silencio se rompió y parecía que los chicos estaban un poco más animados; por lo que, decidieron conversar y relajarse un poco.
Empezaron a reír y a contar como sus padres los habían dejado venir a esta loca aventura. Se notaban muy curiosos acerca de lo que les esperaba, los lugares que pudiesen conocer y de las cosas que iban a encontrar.
Los dragones, esas bestias imponentes y maravillosas que solo conocían en cuentos, y que en ese momento ellos iban a empezar a buscar... parecía demasiado irreal. Sin embargo, aquello era demasiado cercano, todavía recordaban cuando Krist les habló de la posibilidad de que ellos eran los que, guiados adecuadamente, iban a encontrar los dragones de los que tantas veces había escuchados en historias y cuentos de sus padres y abuelos.
Ellos confiaban en su maestro, a pesar de que este no era muy popular entre los demás maestros; por su éxito como guerrero, era extremadamente sospechosa su repentina y misteriosa renuncia a su rango militar para dedicarse a enseñar. Aun era joven para retirarse como soldado y ser maestro.
Él nunca habló de su renuncia, y ellos nunca le preguntaron; pero aún así, era muy extraño que un militar como él, capitán y con un historial de victorias tan grande, simplemente se retirara. Tenía una habilidad muy grande con las armas tradicionales de la tribu (espada, arco y flecha, lanza), como hechicero no había igual, así que en pocas palabras, estaba muy preparado para seguir unos años mas luchando.
Pero él era su maestro y así estaba bien, a pesar de las dudas estaban seguros que, de una manera u otra, iban a lograr su cometido.
—Bien, chicos, repasemos. Vamos a descansar unas horas, después a preparar todo y destruir todo rastro de nosotros aquí. Cuando escuchemos la señal, salimos en los caballos, atravesando el muro...
—¿Atravesando el muro? —lo interrumpió Dante, incrédulo/maravillado/con terror en su voz (?).
—Sí, atravesando el muro, Dante. No te preocupes, sé cómo hacerlo.
—¿Y nos vas a enseñar?
—Mmm... Por ahora no. Sigamos, no se desconcentren. Llegaremos a las colinas y, de ahí, subiremos hasta los picos Nevados del Glaciar. Sólo nos detendremos en las noches a comer y dormir, y unos momentos durante el día para descansar a los caballos. Las armas deben estar listas para la batalla y, en cuanto a los hechizos, no se limiten, utilicen todo el poder. Esto es serio, muchachos, 5 días de ascenso y, de seguro, podremos toparnos con enemigos. Ahora, a dormir; yo los despertaré dentro de 3 horas.
Cada uno buscó un lugar donde dormir y, después de unas cuantas palabras, se quedaron dormidos. Por su parte, Krist, no se acostó; solamente tomó una cobija, la puso encima de él, se sirvió una taza de té y se puso a contemplar la inmensidad de la noche a través de la ventana.
Sus pensamientos divagaban entre la ruta que debían seguir para encontrar a los dragones. Además, pensaba si los enemigos se habían adelantado a la tarea y ya estaban en esa búsqueda. Una de las cosas que más le molestaban era el recuerdo de su viaje y consecuente fracaso. Pero sabía que no podía dejarse llevar por ese sentimiento, que no podía congelarse y, sobretodo, no debía de dejar que las cosas se le fueran de las manos. La oportunidad era ahora, tenía que ir por ella. El pasado ya no importaba, sólo importaba lo que podía hacer hoy. Tomó un sorbo mas de té, miró por la ventana y esperaba la señal.
Habían pasado más de tres horas y el viento era lo único que podía escuchar. De repente, se percató que una de las figuras que debería estar acostada no estaba ahí.
—Aihen, deberías estar durmiendo.
—Igual que usted, maestro; sin embargo, esta aquí despierto. ¿Por qué no puede dormir?
—Por nada en particular.
—Maestro, ¿puedo hacerle una pregunta?
Krist la miró con curiosidad y sonrió. De todos los alumnos que tenía, Aihen era la que más preguntaba; era insistente en cuanto a cuestionar todo lo que hacían. Todos los días tenía unas largas sesiones de preguntas y respuestas, para esta alumna que se mostraba muy curiosa acerca de muchos
de los aspectos de la vida que ellos tenían. De hecho esperaba desde hacia un buen rato las preguntas de ella.
—Por su puesto Aihen, pregunta lo que quieras.
-Maestro, cuando encontremos a los dragones, ¿cómo vamos a saber cuál es el dragón de cada uno de nosotros?
Pensó un momento su respuesta, y dijo:
—No hay una manera correcta o incorrecta de saberlo. El corazón del dragón deberá escoger a cada uno de ustedes, no ustedes escoger al dragón. La magia de ellos es milenaria y, por lo tanto, más sabia y poderosa que la nuestra. Así que cuando los encontremos, habrá que esperar lo que ellos decidan.
—¿Todos los dragones son buenos?
—¿A qué te refieres con esa pregunta?
—Quiero decir que si hay dragones buenos y dragones malos.
—Mira, los dragones escogen al humano que los acompañara en la vida y, además, serán fieles en las luchas que enfrenten. Les regalara de su sabiduría y de su poder, pero no van a decidir por ustedes. Serán ustedes los que con vuestros actos van a escoger el camino. La vida es del matiz en donde estemos, creemos que nuestra causa es mejor que la de los demás; sin embargo, nuestro enemigo cree que su causa es mejor que la nuestra. Por eso llevamos cientos de años en esta absurda guerra. Lo peor de todo es que una verdadera sombra del mal se ha puesto encima de todos nosotros y muchos ni siquiera se han dado cuenta.
Un aullido en la lejanía rompió el silencio que los acompañaba, Krist se levantó y dijo:
—Es la señal, Aihen. Despierta a los demás, es hora de partir.
Todo fue muy rápido, los chicos se levantaron, limpiaron todo el lugar en un santiamén y lo dejaron el lugar tal cual estaba. Igualmente, limpiaron su presencia con unos hechizos que Zatir dijo muy rápidamente. Las capuchas negras que los protegían del frío también eran hechas de una tela especial que el mismo Krist había hecho. Se movieron rápidamente hacia las afueras de la casona.
De pronto, un ruido en las afueras de la casa los hizo detenerse. Eran dos guardias que buscaban a alguien, sin duda alguna. Se quedaron fijamente viendo a la casa pero, al parecer, no veían nada extraño ahí en ese lugar. No obstante, uno de ellos empezó a recitar un hechizo para tratar de revelar presencia en esa casa.
Con una señal de Krist, los chicos se pusieron de espaldas a las paredes como si fueran estatuas; después, de un hechizo todos desaparecieron y una señal de su maestro les indico que debían estar en completo silencio. Con eso, los chicos entendían que, pasara los que pasara, no debían moverse.
Los dos hombres que entraban en la casa abandonada eran dos soldados, siendo evidente que los buscaban a ellos.
—Aquí no están. De hecho, pongo en duda que aún estén en la ciudad.
—Me parece que estás nervioso. No me vas a decir que le temes a un maestro y su grupo de aprendices.
—Tú no conoces a ese maestro en particular —dijo mientras caminaba por la casa buscando al grupo de Krist —. Él fue un Capitán en nuestro ejército, yo lo vi luchar y, créeme, no querrás enfrentarlo.
—¿Sabes? Eres un cobarde. Es sólo un maestro. Si de verdad fuera capitán, estaría luchando con nosotros y no huyendo con unos niños. —y dejó escapar una risa irónica.
Caminaban por toda la casa registrando y verificando algún rastro que revelara presencia humana en aquella vieja casa, pero todo intento era en vano. Lo que percibían era que la casa tenía años de que alguien la hubiese habitado.
Rafa portaba su espada en la mano, mientras que Nico estaba desarmado.
—Nico, toma tu espada. Debemos estar listos.
—Tú no entiendes, Rafa, ¡esto es inútil! Ya te dije que conozco al Capitán Krist y, enfrentarse a él sólo sería una pérdida de tiempo. En todo caso, si estuviera aquí, ya nos hubiera eliminado, a no ser que estén ocultos y, así, será imposible encontrarlos.
Rafa estaba desconcertado por la actitud de Nico. Por su parte, este último sabía de las cosas que Krist era capaz de hacer. Hace unos años, él estaba con su escuadrón en las montaña Trémulas, acorralados por un grupo numeroso de enemigos de la Tribu de Roca. Entraron en una cueva que, para su desgracia, no tenía salida. Estaban perdidos, lo sabía, pero Krist usó el mismo hechizo y, de esa forma, ocultó la presencia de más de 40 soldados. Los soldados enemigos entraron y estuvieron a pocos centímetros de cada uno de ellos, pero no se enteraron de nada. Así que, de estar en la misma situación ellos no iban a lograr encontrarlos; por lo tanto, buscarlos en aquella casa era realmente inútil.
—Si estuvieron aquí, al menos deberíamos sentir su presencia.
—Mira, Rafa, si están o estuvieron, nunca lo vamos a saber; así que no voy a perder más el tiempo. Yo me largo de aquí.
Los soldados se fueron rápidamente dejando la puerta abierta y, permitiendo que entrara una ráfaga de viento frío que inundó el salón. Al instante, como si fueran traídos por el viento que cruzaba la puerta, fueron haciéndose visibles cada uno de los chicos y, por último, Krist.
—¡Rápido, chicos! Hemos perdido mucho tiempo. Salgamos por la puerta de atrás; ir por el frente es demasiado arriesgado. Ahora que sabemos que nos andan buscando.
Tan rápido como pudieron, dejaron la casa y se encaminaron hacia la muralla que resguardaba la ciudad. Como era de madrugada, el frío era bastante intenso. Los chicos caminaban un poco confundidos, ellos creían que se iban a dirigir hacia las puertas de la ciudad y no directamente hacia la muralla.
Esa muralla era como 20 metros de roca sólida apilada para impedir cualquier intento de invasión. Su profundidad era desconocida porque, por más que los enemigos cavaron, nunca llegaron al fondo para poder pasar. Sin duda, la magia con la que fue construida aquella gigantesca pared era muy antigua y poderosa. Su altura era de 30 metros y volar sobre ella era imposible; la magia lo impedía. La única manera conocida de pasarla era escalar la pared, nada más; sin embargo, en la parte de arriba habían guardas altamente armados y las posibilidades de pasar eran pocas.
Así qué la pregunta era: ¿cómo rayos iban a llegar al otro lado?
—Maestro, no quiero ser el negativo del grupo, pero usted nos podría decir, ¡¿cómo se supone que vamos a llegar al otro lado?! —dijo Dante, exaltado.
—¡Tranquilos! Lo van a saber a su debido tiempo.
Krist se quedó escuchando, como si esperara alguna señal distante. Les pidió a los chicos que se escondieran detrás de unos arbustos cercanos a la pared. Otro aullido de lobo se escuchó a lo lejos y esa era la señal que estaba esperando. Puso su mochila en el suelo, la abrió y sacó de ella una pequeña pastilla como un jabón, la puso en la orilla del muro, cerró sus ojos, tomó una postura de ataque y, por unos momentos, el viento empezó a girar en torno a él. Aquel espectáculo les gustaba a los chicos, pero a la vez, les asustaba. De repente dijo:
—Danza de cuatro vientos, camino de mar, roca quebrada, fuego eterno... ¡LAPIDEM APERIT OSTIUM!
Entonces en la pared se dibujó una puerta bastante grande. Para sorpresa y fascinación de los chicos, aquella empezó a hundirse en la roca sólida dejando un pasadizo que podían atravesar y llegar al otro lado.
Krist se incorporó y se fijó que nadie, aparte de sus alumnos, hubiesen visto el pequeño espectáculo de aquella madrugada. Luego, les hizo una señal a los chicos para moverse, pero inmediatamente les señaló que se detuvieran. Tomó el arco que tenía en su mochila —un hermoso arco blanco que relucía en aquella oscuridad—, de la nada apareció en su mano un flecha, tensó el arco y apuntó hacia donde el sabía que algo se movía.
Un segundo después apareció un pequeño bulto negro que caminaba apresuradamente, Krist bajó el arco y dijo:
—¿Pero qué...? —ahogó una maldición—. ¿Qué haces aquí, Lia?
—No quería que me abandonarán, yo también quiero ser parte del viaje.
—Tus padres fueron muy claros en no querer dejarte ir.
—Sí, es cierto. —dijo con aire despreocupado —. De hecho siguen pensando que eres un completo idiota y otras cosas que no puedo repetir, porque, según mis papas, son malas palabras. Lo que no entiendo es por qué ellos sí las dicen.
Al oír aquellas palabras de Lía, los demás se rieron, hasta el mismo Krist dibujó una sonrisa en su cara.
Lía era una niña de 8 años, muy dispersa y distraída, siempre parecía que estaba ausente en su propio mundo. Pasaba jugando con sus manos haciendo figuras con sus dedos. En el pueblo era muy querida; sin embargo, nadie la tomaba en cuenta para la escuela porque consideraban que tenía un obstáculo con su dispersión para el aprendizaje. A pesar de las críticas, Krist la tomó como alumna, aún y cuando el tenía un grupo mayor, comparado con la edad que ella tenía.
Krist veía en ella un potencial enorme, más grande aún que en los demás chicos del grupo, y ella así lo había demostrado. Él quería que ella fuera, pero los padres de Lia se negaron rotundamente, así que desechó la idea.
—¿Como sabías que estábamos aquí?
—No sé, sólo lo sabía. Escuché el aullido del lobo y salí de la casa...
—¿Cómo sabías lo del lobo? —preguntó Krist, sorprendido por la astucia de su alumna.
—¡No sé! Sólo lo sabía...
—Oigan chicos, pasen el muro y esperen a que yo vuelva. Voy a dejar a Lía a su casa.
Cuando se volvió para tomar el camino hacia la ciudad, un aullido volvió a cortar la madrugada. Pero este aullido era más cercano, escuchó y maldijo en sus adentros. Era hora de irse, no podía esperar más y llevar a Lía a la casa ya no era posible.
—Bueno —dijo Lía —, eso significa que voy con ustedes —y empezó a caminar a través del túnel.
—Vamos todos, rápido, pasen ya.
Cuando atravesaron el muro Krist le dijo a Lía que cerrará la puerta que él había abierto, así que Lía se volvió y de la manera más simple sólo dijo:
-¡FINITE!
Y la puerta se sello con piedra de nuevo.
Caminaban rápidamente; la marcha era muy forzada. Cada uno de los integrantes del grupo se preguntaba si todo el camino iban a pie porque, de ser así, sería muy lenta la travesía. Zisene, que iba adelante de todos, caminaba muy ligero y tenía una gran gracia para desplazarse. Parecía como si caminara sobre las puntas de sus pies. Además de eso era una excelente exploradora, así que ir adelante era parte de sus deberes. A lo lejos, sus ojos agudos divisaron algo que la dejó sin habla. Quedó petrificada al ver delante de ella un lobo gigantesco.
Lo que acababa de encontrar era un lobo pardo. Sabía de ellos pero nunca los había visto, y menos enfrente de ella. Esos lobos tenían un tamaño inmenso, su altura era como la de un caballo y su cuerpo impresionaba hasta el mas valiente. El lobo gruñía ferozmente y mostraba sus dientes a Zisene, quien a pesar del miedo, tomó el arco y estaba dispuesta al combate.
—¡Zarco, viejo amigo! Aún te gusta asustar a las niñas, ¿eh? Esos malos hábitos te pueden hacer pasar una mala jugada algún día.
—¿Tú crees, Krist? —dijo el lobo y, al instante, dejó de parecer aquella criatura intimidante—. Me impresionaste, muchacha, no diste un paso atrás, eso es bueno.
—¿La manada viene contigo?
—Sí, estamos listos.
Pronto apareció una manada de lobos pardos, uno para cada uno.
—Bien muchachos, monten cada uno a un lobo, ellos serán nuestro transporte por ahora. —les ordenó Krist.
—¿Dónde esta mi lobo? —preguntó Lía.
—Aquí está —le dijo Zarco —. Tú iras en Luna, que es mi pequeña.
—Bien, si estamos listos, no perdamos tiempo. ¡Andando!

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